lunes, 10 de septiembre de 2007

12. Donde lo oscuro y el placer se mezclan

Se acabó. Se había acabado (y a decir verdad, aquí empieza la verdadera historia). Voy a hacer mis esfuerzos más calificados para intentar describir lo que sentía en ese momento. Una parte de mí, la más caprichosa, pensaba que haberlo dejado estaba bien, porque merecía más atención de parte de un hombre. En cambio, mi parte más racional sabía que lo había dejado por miedo a que él me deje en primer lugar.
Sí, pensaba que necesitaba algo más de un hombre, pero todo lo que podía pensar ahora era: “necesito morirme”. Claro, eran solo fantasías. Era mi “primera desilusión amorosa”, como decía la gente en general. Yo muy profundamente tenía la convicción de que no era simplemente una nena que dejaba a su primer novio e iba a superarlo en cinco o seis días, ni semanas, ni años. Sabía que Alejandro había marcado mi vida para siempre.
Antes de conocerlo, era una mujercita gris, pero autosuficiente, hermosa e inteligente. Ahora, dos años después era una versión pervertida de lo que solía ser. Me había convertido en una persona desdeñosa, alguien que no sabía gratificar a otros, que siempre buscaba el placer propio. Merecía placer, merecía dejar de sufrir… y por sobre todas las cosas: no podía parar de imitarlo.
Alejandro es la persona más egoísta y centrada en sí mismo que conozco, que conocí durante todos estos años. No puede parar de hacer maldades, no puede consigo mismo. Necesita, supongo, escarbar en lo más profundo de las personas en busca de un punto débil. Y va a usar sus tácticas de degeneración en cualquier persona que se le vuelva de pronto una molestia. Te va a pedir que te relajes, que no lo presiones y por último te va a tirar al basural comunitario para que te coman los buitres.
“Me niego. Me rehúso a que me coman los buitres, voy a pelear hasta que se muera”. Mentira, siempre digo algo y hago lo opuesto. Dejé que los buitres me comieran y peor que eso: dejé que Alejandro me siguiera comiendo compulsivamente. Es decir, seguramente tenía algún desorden alimenticio, o necesidad compulsiva de sexo conmigo, no lo sé. Si tengo que rescatar algo de esos ocho meses juntos es la atracción entre nuestros cuerpos. Nos veíamos y teníamos que tocarnos, hacernos el amor indefinidamente, sin tiempo, sin lugar, sin porqués. Una atracción que jamás desarrollé con otra persona y que sé que él tampoco pudo experimentar. “Tenemos una atracción sexual innegable”- dijo alguna vez. Y era cierto. Yo no lo entendía hasta que empecé a estar con otros hombres: ninguno se comparaba con él. En ningún aspecto eran confrontables. Maldito el día en que lo conocí.
Durante los meses siguientes Alejandro se mostró reticente a hablarme. No quería escribirme, ni hablarme, ni verme (justo como el email que le había escrito ese 20 de julio). Eso lo caracterizaba eternamente: su orgullo. Se amaba a sí mismo más que a otros, más que a su perro, a su madre, a mí, a nadie. Se amaba como no había amado a nadie en el mundo y por lo que sé, después de ocho años, sigue piropeándose fervientemente. Y yo simplemente supongo que está bien, es decir, lo de Alejandro recorrió límites insospechados; pero ha de ser divertido amarse a si mismo, como una eterna masturbación. Podría decirse que Alejandro era un pajero.
Esa devoción permanente hacia sí mismo hace que no haya lugar en sus prioridades ni en su mente ni en sus ganas para otra persona (ni nombro al corazón porque todavía no estoy segura de que posea uno; dato a confirmar). Cuando vivís en Avellaneda y te crees inteligente y emprendedor y por sobre todas las cosas sos un garca, no hay portones ni barreras que te detengan. Alejandro está convencido que es el hombre más inteligente y mejor dotado de Sudamérica (ya que no tuvo oportunidad todavía de viajar por los siete mares). Y si es hora de sincerarme, Alejandro no es buenmozo. Quizás hasta podría decirse que es un hombre feo (nariz grande, lunar al costado de los labios carnosos de más, ojos pequeños, achinados, cejas cortas, morocho y en vías de calvicie mortal) y sin embargo su inteligencia te consume, te enamora, te pervierte, te desmorona. Alejandro es un gran orador, me convenció de cualquier cosa, le creí cualquier cosa y quizás hasta todavía le creo. Me pregunto qué pasará en caso de que lea estas páginas, en caso de que le lleguen comentarios, en caso de volver a verlo. No, no. Nada de eso. ¿No?
Sí, pienso que existe la posibilidad de seguir viéndolo, pero es prematuro hablar de eso ahora que faltan tantas anécdotas por contar. Por lo pronto voy a decir algo: mi obsesión alejandrística estaba desarrollada y Cocol al lado de Hogweed era una lágrima de duende enano, casi imperceptible.
Si bien Alejandro pretendía querer alejarse de mí, continuamos hablando todos los días. A veces con despecho, a veces con congoja por extrañarnos y muchas otras veces solo porque necesitábamos tocarnos y sentirnos. Así, terminábamos hablando de por qué nos habíamos peleado, de cuáles eran las fallas en esa pareja corrupta o teniendo charlas sobre sexo a niveles que play boy hubiera calificado como xxxx.

Tanto rogué, tanto lloré, tanto, que finalmente accedió. Nos encontramos en mi ciudad. Volver a verlo después de dos meses me provocó un colapso en el sistema nervioso. Me senté, solemne, en su auto y me preguntó qué quería hacer. Le dije que teníamos que hablar, entonces manejó hasta una confitería. Una vez sentados en la cafetería encendí un cigarrillo. Estaba nerviosa, Alejandro no me tocaba, no existía el contacto físico. Los dos estábamos conmovidos por el encuentro. Entonces le pregunté si quería un poco de mi cigarrillo; sorpresivamente me dijo que sí (¡Alejandro no fuma!) pero un segundo más tarde entendí todo. La forma cómo tomó el cigarrillo, rozando suavemente mis dedos, era casi tan erótica como la manera en que me estaba mirando mientras lo hacía.
Aunque habíamos prometido no hacerlo, terminamos yendo a un cuarto de hotel. No era algo que pudiésemos decidir, vernos y no tener sexo estaba lejos de nuestra imaginación más remota. A partir de aquel día de abril, éramos adictos uno al sexo el del otro, era exageradamente placentero tocarnos y poseernos, por eso no era una opción dejar pasar la oportunidad. No era opción.
Entré primero, me quedé parada mirando alrededor. Una cama con sábanas de seda azules, una caja plástica que con seguridad era el control de las luces y los volúmenes de radios, televisores y demás; mesas de luz atiborradas de preservativos baratos, una alfombra maloliente y la sensación de que esa habitación acumulaba más polvo del que podía apreciar a simple vista. No me gustaban los hoteles, me gustaba él y estaba dispuesta a cualquier cosa, a cualquier lugar, a cualquiera.
Él entró luego (se quedó estacionando el auto y cerrando la cortina, en caso de que le diera vergüenza que alguien identifique la patente de su auto, quién sabe) y me miró casi sin detenerse. Dio una vuelta a la habitación con la mirada y se sentó en la cama con los brazos hacia atrás formando un triángulo con su espalda y la cama. Me miró. Empecé a desvestirme sola. Nunca me había desvestido sola, siempre esperaba a que él lo hiciera. Ahora me desvestía sola mientras hablaba de una amiga y los exámenes del colegio. Como si en vez de estar desvistiéndome para tener sexo con un hombre lo estuviera haciendo en un probador de una casa de ropa con una amiga de toda la vida (en el caso de que tuviera amigas de toda la vida).
Él seguía mirándome. Mientras, yo me despojaba de las botas negras y las medias de lycra. Me senté en la cama, pocos centímetros lejos de él y seguí hablando: “no sé por qué nos fue mal en ese examen –mientras me sacaba el corpiño- habíamos estudiado. Lo cierto es que esa profesora nos odia”. Alejandro entendió que mi charla acerca del colegio era producto de una negación sobrehumana que mi inconsciente estaba conjurando sobre mí. Me miró sonriendo y se tiró encima de mí casi sin que me diese cuenta. No me interesaba darme cuenta, necesitaba que estuviera adentro mío lo más rápido posible, quería olvidarme del colegio y de todo lo que había pasado con él; quería olvidarme de que estaba en un hotel y que en una hora nos tendríamos que ir, y que no iba a verlo en muchísimo tiempo. No quería pensar que lo único que nos unía era el sexo, pero… necesitaba ese sexo, aunque no fuese lo único que necesitaba.
Estábamos ya los dos desnudos y Alejandro estaba encima de mí cuando simultáneamente sentí placer y una opresión en el pecho, una angustia mortal, esclavizante, que aunque traté de disuadir me violó hasta lo más profundo. Se dio cuenta. Paró, me miró. Me preguntó por qué lloraba. Yo tenía los ojos rojos (lo sé porque me arden mucho cuando los tengo así) y las lágrimas parecían salir de la fuente de Salmacis, nunca paraban, no iban a parar, no pretendían hacerlo.
Me sentía horrible: quería sentir su piel, su cuerpo, pero no quería tener sexo. Necesitaba estar al lado suyo, abrazarlo, quizás hasta verlo dormir; pero tener sexo no era compatible con la angustia existencial que vivía dentro de mí en ese momento. Sí, claro que no iba a poder tenerlo desnudo al lado mío si no hacía lo que fuera por seducirlo y hacer que me lleve a un hotel, pero no era lo que yo quería. Simplemente necesitaba verlo tranquilo, con su tergiversada mente dormida.
Le dije que lloraba porque tenía mucho miedo de perderlo, de que esa fuera la última vez que hiciéramos el amor, que lo vería indefenso y entregado. “Gorda, nunca me vas a perder. Nunca”. Y ese año, no lo volví a ver.

10 comentarios:

Agustina dijo...

Abzurdah es mi libro predilecto..siempre que decaigo lo vuelvo a leer...me da rabia prestarlo, solo yo quiero conocer las verdades de una verdadera ABZURDAH....
Entra a mi blog!

:)

chuli dijo...

Cada dia que voi leyendo un poco mas, me encanta, me atrapa & me identifica en algunas cosas, creo qe este es uno de los libros mas atrapantes que he leido en mis 19 años. Fantastico, quiero terminarlo ya.

Harley Quinn dijo...

maldita cielo, me estas traumando

Foxy Lady dijo...

Tengo la misma historia que vos , yo también tengo un "Alejandro"..

- Florencia dijo...

", nunca me vas a perder. Nunca”. Y ese año, no lo volví a ver." Estoy llorando, literal. Que identificada me siento.

swol dijo...

Qué poco ciertos son esos "nunca me vas a perder" sean en el idioma que sean. Al mío lo perdí y lo volví a encontrar después de mucho tiempo. Ahora él me perdió a mi para siempre (me caso). Es triste al principio, pero el mundo gira y la vida sigue...

Unknown dijo...

Por que acá se lo nombra como alejandro y en la peli como alejo? Cuál es el verdadero nombre ?

Maru g dijo...

Qe triste yo pase lo mismo que vos! Perderlo y volver a encontrarlo seis años después. Siendo qe jamás deje de verlo .pero sentí mucho rencor cuando lo perdi.pero ese gran encuentro después de seis años fue hermoso. Y lo sigue siendo aunque lo encuentre solo para placer, besos no hay nada como estar con el .mirarlo a los ojos y perderme.

Maru g dijo...

Qe triste yo pase lo mismo que vos! Perderlo y volver a encontrarlo seis años después. Siendo qe jamás deje de verlo .pero sentí mucho rencor cuando lo perdi.pero ese gran encuentro después de seis años fue hermoso. Y lo sigue siendo aunque lo encuentre solo para placer, besos no hay nada como estar con el .mirarlo a los ojos y perderme.

Unknown dijo...

Yo también tengo un Alejandro es tremendo el es 14 años mayor que yo y es la misma historia parece que la hubiera escrito yo!no puedo dejar de ver a ese hombre es un amor enfermizo lo se pero me encanta.