lunes, 10 de septiembre de 2007

3. Renuncio

De a poco me empecé a interesar un poco más por mi aspecto físico. Mis compañeras, aunque no eran lindas, tenían cuerpos espectaculares para nenas de trece años. Me sentía bastante mal: primero Verónica y Enrique y ahora mis viejos que me llevaban al nutricionista sin razón aparente. En realidad existían razones pero nadie me las había explicado. Creo que yo no entendía que estaba excedida de peso. ¿Nunca les pasó estar con alguien muy hermoso? Ver a esa persona, escucharla hablar, seguir cada uno de sus fascinantes gestos, admirar su belleza… y más tarde mirarse en el espejo y darse cuenta de que uno es horrible y que estuvo creyéndose bello simplemente porque estaba mirando a alguien lindo que resultó no ser uno. Bueno, si nunca les pasó significa que estoy muy mal de la cabeza. Pero a mí me pasa eso. Y como a mi alrededor todos eran flacos yo simplemente daba por supuesto que yo también lo era y me olvidaba de verme al espejo, o no quería verme al espejo, o veía otra cosa en el espejo (como me pasó mucho tiempo después pero desde un ángulo completamente diferente). De cualquiera manera, mis papás me estaban llevando compulsivamente al nutricionista. Yo no entendía muy bien qué pasaba, por qué el médico me pesaba y me preguntaba qué me gustaba comer. Entraba llorando y salía aún peor.
Quizás por eso detesto a los médicos. Uno los frecuenta cuando está mal, o cuando tiene un pariente enfermo. Son como aves de mal augurio. Nunca los pude ver como se ven ellos, con su ego infinito: salvavidas. Como los de la playa pero MUCHO mejores porque ellos ESTUDIARON mucho para conseguir el TÍTULO. Bah… farsantes. Cretinos. Inmiscuyéndose en la vida de la gente: sobretodo los nutricionistas y los psicólogos. Y, hablando en serio, el 98 por ciento de las chicas anoréxicas y bulímicas que conocí en mi vida (y créanme que fueron muchas) quieren estudiar o estudian nutrición. Por favor, give me a rest. Son TAN obvias. Ser anoréxica y estudiar nutrición es un cliché tan trillado que es hasta espasmódico. Cambiemos de tema.
Que me llevaran al nutricionista era una puñalada en el dedo chiquito del pie pero quizás me ayudó a ver la realidad que mi materia gris negaba a muerte: sí eran feos los peinados que me hacía mi mamá y sí era gorda. Pero de eso me di cuenta un verano no muy placentero.
Supongo yo que mis problemas alimenticios siempre tuvieron mucho que ver con lo que estaba pasando en mi cabeza. Es decir: yo no tenía problemas de depresión porque era anoréxica sino que era anoréxica a raíz de que tenía problemas de depresión. Porque, seamos sinceros, una persona feliz no deja de comer durante x cantidad de días. Una persona feliz y despreocupada, una persona “normal” (si es que existe aquello) no cuenta cada caloría: simplemente come. Y en última instancia, si engorda hace dieta NORMAL y tema acabado. Como ya se habrán enterado, normal no es una palabra que pegue mucho conmigo. Interferencia. Como cuando querés ver una película en tv satelital y está lloviendo. “Detectando antena, por favor espere”. Eso me decía mi cerebro cuando yo intentaba ser normal. No puedo, imposible. Y esperé demasiado tiempo. Fingí demasiado tiempo, hasta que exploté. Pero como digo yo: es temprano aún para eso.
Hablaba del viaje que inició todo. O que fue el primer indicio de que algo me estaba pasando y que no se iba a solucionar tan fácilmente. Cambiándome de colegio quizás podría encontrar amigas pero no podía cambiarme de vida. Eso era más complicado y hasta imposible. Ya les contaré acerca de eso.
Corría el verano de 1998 y mis padres decidieron que nuestras vacaciones serían en Punta del este, Uruguay. Supongo que es por causa de esas vacaciones que detesto Uruguay. Siempre odié la playa. Presumo que porque para las gordas es muy incómodo estar cerca del mar, rodeadas de personas flacas, bronceadas y demás adjetivos que nunca se usan aplicados a nosotros los gordos. Pero a eso se había sumado mi problema de celos. Mis padres decidieron que además de nuestra familia (papá, mamá, hermana, hermano y yo) fuese también una de mis primas: Déborah. Tiene mi misma edad y nos llevábamos bastante bien, el tema era que yo nunca entendí qué tenía que hacer mi prima ahí de vacaciones con nosotros. Es decir, si ella tenía su propia familia ¿Por qué veraneaba con la mía? Cosas de chicos, supongo.
Si hablamos en serio tengo que decir que todavía me asustan dos cosas más que nada en el mundo (es decir, de las cosas que se me ocurren ahora). Y esas dos cosas son el abandono y el reemplazo. Los dos por igual. En realidad son casi lo mismo. Toda la vida me sentí reemplazada y lo cierto es que no sé luchar cuando me están desplazando. Cuando llega a mi familia, a mi grupo de amigas o a mi vida un par, simplemente opto por retirarme, siento que no puedo ser competencia de nadie. El tema acá sería preguntarse por qué me siento amenazada cuando estoy entre pares, entender por qué tengo esa necesidad de competencia que para mí antes de comenzar ya es desleal.
Así que llegamos a Uruguay con mi prima y demás integrantes de MI familia. Mi cara de disgusto es poco disimulable y mis ganas de cambiarla eran pocas así que simplemente me quede como estaba, pero no por mucho tiempo. Llegó la hora de ir a la playa. Mientras todos preparaban sus bolsos con los trajes de baño, toallas, bronceadores y otras yerbas yo me quedé pintando en el living como si no me hubiera percatado del movimiento familiar. Cuando llegó la hora de subirse al auto e irse a la playa yo sencillamente dije que me iba a quedar. En realidad lo importante y anecdótico es que uno a los trece años piensa que es adulto y puede manejar situaciones y personas a gusto. Y es así, en muchos de los casos. Yo sabía cómo llamar la atención en mi casa y cómo demostrar mi disgusto sin ser ruda. Así que esa noche, después de la playa y después de que compraran comida y la sirvieran en la mesa, me decidí a no probar bocado. Dije que me dolía mucho la panza o algo por el estilo y me quedé mirando complacidamente cómo todos engullían comida mientras a mí se me escapaba una sonrisita por el costado izquierdo de mis labios.
Al mediodía siguiente nos sentamos a la mesa nuevamente para comer antes de ir a la playa. Pero antes mi mamá trajo cuatro bolsas y nos dijo alegremente: ¡vinieron los reyes magos! Era 6 de enero y mi mamá nos compró el mismo regalo a mi prima y a mí. Eran unos pijamas, el de Déborah era rosa y el mío celeste. Me molestó un poco que no haya diferencias. Es decir, el día que me case no le voy a regalar lo mismo a mi hija que a la sobrina de mi marido. No dije nada, pero odié ese pijama y no estoy segura de haberlo usado alguna vez. Nos sentamos a la mesa y aunque estaba sufriendo el hambre de no haber cenado no podía darme el lujo de complacer a mi familia, así que dije que tampoco iba a comer. Mis viejos se enojaron lo suficiente como para que yo me sirviera, con cara de asco, cuatro arvejas y una hoja de lechuga. ¿Está de más decir que seguí con ese comportamiento durante los quince días de mi estadía en ese país? Hice que mis viejos sufrieran esas vacaciones, porque en realidad mi prima ni se había enterado. Y lo cierto es que yo no estaba enojada con mi prima, para nada. Odiaba a mis viejos por haberme hecho eso. ¿Haberme hecho qué? No sé. Pero de Uruguay volví lo suficientemente más delgada como para pensar que quizás detrás de toda esa capa de grasa y palidez existía una chica hermosa. Y de hecho, fue el momento de descubrirme.
Sospecho que a los trece años todas las chicas empiezan a modificarse en carácter y físicamente pero lo mío fue como una transformación digna de un reality show. En Punta del Este mi cerebro se dio cuenta de que era mucho más fácil castigar al cuerpo. Así, después de días sin comer, días de caras oscuras, de padres enojadísimos, de primas y hermanos desentendidos, contraje alguna enfermedad de la cual nunca supe ni el porqué, ni el cuándo ni nada que se le asemeje. ¿Qué tuve? No sé. Sencillamente una mañana me desperté sintiéndome muy mal y con picazón en las piernas. Con el correr de las horas cambiaron de color: mis piernas se estaban poniendo rosas, más tarde coloradas y al final del día parecían bañadas en sangre. Era un ardor incomodísimo y no paré de rascarme intentando aliviar el dolor. Empecé a sentirme mal, con dolor de cabeza, con calor y frío a la vez… un cuadro desagradable. Mi papá tenía un amigo médico en esa ciudad así que fui a verlo. Carlitos, quien se convirtió en mi médico. Carlitos es pediatra y sin embargo aún hoy sigo acudiendo a él. ¿Será porque mis viejos quieren que sea una nena eternamente? ¿O porque es amigo de papá? Cosas que nunca pregunté. Interrogantes que aparecen de vez en cuando.
Carlitos me dijo que tenía alergia. Pero no pudo determinar a qué. No encontró ninguna picadura ni nada extraño. Más tarde entenderíamos que había sido nada. Absolutamente nada (físico). Era algo exclusivamente mental. Escucharon hablar de las enfermedades o reacciones psicosomáticas? He aquí el más claro caso de la historia de mi vida.
Claramente no soportaba la estadía de mi prima, no resistía las caras de mis padres, no toleraba la playa, detestaba punta del este, condenaba a Carlitos y por sobre todas las cosas detestaba el hecho de haber podido ser flaca durante mucho tiempo y haberme quedado sentadísima en el trono oficial de la Gorda Rechazada sólo por elección. Ese verano del 98 volví a casa con la determinación de cambiar mi vida. Me puse a hacer natación ferozmente y a comer muchísimo menos.
Había tenido principios de anorexia pero en aquel momento todos entendimos o quisimos entender que simplemente era un berrinche adolescente. De hecho, esa versión de la realidad hubiera sido mucho más placentera. Cuando volví a mi ciudad mis padres estaban lo suficientemente enojados conmigo como para ponerme en penitencia o algo por el estilo. Pero como amigas no tenía y el teléfono de mi casa no sonaba, no había nada que me pudieran quitar.
El verano continuó y las aguas se calmaban. Pero no para mí, que tenía que volver al colegio. Aquel segundo colegio, el de guardapolvos y cartucheras. Me había dejado el pelo largo, morocho, lacio y gracias a la natación y al pequeño episodio del verano pesaba casi 9 kilos menos. Empecé a usar los jeans de mi mamá, cosa que jamás hubiera pensado antes. Su ropa me quedaba bien. Casi sin querer estaba compartiendo los mismos talles con mi ella.
Cuando volví al colegio, puede decirse que era otra persona. Las personas que antes no sabían que yo existía ahora me miraban, se daban cuenta de mi existencia. Ya dar por enterada a la gente de que respiras es un logro. No solamente me sentía viva, también me empecé a ver linda. Así, empecé a disfrutar de los beneficios de ser agraciada. Me pedían mi teléfono las mujeres y me miraban los hombres. Así, empecé a recibir llamadas de compañeras del colegio y a juntarme con el grupo más popular. Yo estaba con el grupo; es decir, no dentro del grupo, pero al menos asistía a sus reuniones.
Dejé de lado a mis “amigas” las fracasadas del colegio y me sumergí en la superficialidad de la adolescente de colegio privado. Compraba jeans carísimos y empecé a vestirme para que me miren, no más para esconderme. Para mis adentros pensaba: si me vieran mis compañeros del primer colegio se asombrarían. ¡Cómo cambia la gente! ¿No Enrique?
Mi papá me compró una computadora pero no teníamos Internet. Empecé a utilizar el Word para escribir mis cosas al mejor estilo “diario íntimo”. Mi primera PC fue una IBM con menos capacidad que el Ipod que tengo en este momento en las orejas. Pero servía, aunque fuera solo para aprender lo que era un teclado (sobretodo porque Rocío ya había terminado su curso de mecanografía).
Dos años después ya era una superficial más. Me juntaba todas las tardes en la misma esquina con mis compañeras del colegio para que nos miren, para ser admiradas. Por fin estaba saboreando un poco de victoria. Y era dulce, casi sin calorías. Perfecta.
Es sabido que cuando uno siente que las cosas no pueden ser mejor o que por lo menos está viviendo un estúpido y frágil equilibrio vital, las mismas tienden a desmoronarse casi instantáneamente. Es así, una regla vital, una estúpida consecuencia de la conciencia. Porque quizás uno al pensarlo se está llenando de miedo la vida y se está abriendo al mismo tiempo a las malas vibras. Tengo la alucinación de que cuando uno es ignorante de su propia felicidad puede conservarla mucho más tiempo y en mejor estado.
Yo era más que consciente de mi estado de belleza, o al menos creía que estaba fortísima como un rinoceronte asiático. Me tropezaba con las personas y hacía que me pidieran perdón. Era toda una ficción de bajo presupuesto, porque en realidad mi meta era no ser la gorda perdedora que se transformó en una belleza pura y encantadora. No. Nunca jamás. Además, nunca creí que mi estado era éxito de mi propio esfuerzo. No. Fue un capricho y dio resultados positivos, lo cual me deja ganancia superflua y escurridiza. No lo gané con esfuerzo. No servía de mucho, necesitaba exprimirme y beberme el lucro instantáneamente. Embriagarme de belleza.
Pero como dije, regodearme en mi estúpida y fácilmente conseguida felicidad no me trajo más que malas noticias. Apareció mamá un día y me dijo que habían abierto un colegio nuevo cerca de casa. Enough already! ¿No saben los padres que los cambios bruscos o reiterados en cualquier orden de la vida a esa edad pueden provocar daño cerebral permanente? O algo parecido. Pero, de todas maneras, era una locura cambiarme de nuevo de colegio. Nunca hubo un peor momento para pensar en eso: es decir, tenía “amigas”, tenía súbditos, tenía buenas notas en el colegio, hacía todos los deportes y Rocío no era más que un palito sin femeneidad. Es decir, ¡había ganado! No podían hacerme eso.No solamente podían si no que lo hicieron. Se inauguró un colegio bilingüe y muy exclusivo cerca de donde vivía yo en ese momento, así que no podía dejar de ir. Yo por un lado quería pertenecer a la creme pero odiaba tener que rearmar un grupo del cual ser líder. Porque eso era lo único que sabía hacer: dar órdenes y amontonar súbditos. Más tarde varias personas me llamarían “manipuladora”, pero todavía es temprano para eso.

8 comentarios:

Karen Leon Zegarra dijo...

TE JURO QUE AL LEER LO QUE ESCRIBES , VEO REFLEJADA LA SITUACION DE MUCHAS CHIKAS. A MI ME TOKA DESDE ESE MIEDO QUE TENES AL ABANDONO Y AL RECHAZO, YO TAMBIEN ESTUVE EN EL GRUPO DE LOS RELEGADOS Y CREO QUE NUNCA LIDERE NINGUN GRUPO PERO TE ENTIENDO.
ME GUSTA MUCHO LO QUE ESCRIBISTE!
Y AHORA ME DOY CUENTA DE QUE ENTRE LOS 13 Y LOS 16 ES NORMAL ESE CAMBIO DE CARACTER Y PERSONALIDAD.

Vicky dijo...

los médicos, amigos y amantes intentan llegar siempre hasta uno, pero hay un pequeño borde, un precipicio desde donde uno salta y conoce otros mundos. Allá, a lo lejos, es real nuestro drama y fantasía, pero los demás miran desde el borde, cual dragón mitológico ensimismado en su irregularidad mental. Saltan los ángeles del precipicio, con dramas del más allá, sólo entendidos por aquella frase del que no es amante ni conocido, sólo un desconocido la puede crear: "no te negaré nada".

Gchino dijo...

creo que es give me a BREAK , sigo leyendo un poco mas

Luzenlaoscuridad dijo...

Creo que le das la perspectiva de una niña de 13? cuando somos niños no entendemos muchas cosas, creo que hace falta mirar desde otro punto las cosas. Lo que dices de tu prima en el viaje a urugay, lo entiendo, pero, en otra version, otro lugar espacio y tiempo, yo fui la prima y creeme se sinte horrible ir de vacaciones con alguien que no son tu mama papa y hermanos. Ademas creo que tu mama hiso bien en comprarles lo mismo a las dos, a ninguna hiso menos y a ninguna hiso mas.

Unknown dijo...

Muy buen libro es abzurdah nunca pense qe alguien escribiera un libro asi tan bueno .. crei sentirme edintificada en algunas cosas como a los demas adolecentes .. Creo pensar que esta bueno buscar la solución antevtodo y no dejarse caer osea rendirse va eso creo yo y que por mas dificil sea la situción buscar una solución,es como buscarle la salida a un laberinto

Unknown dijo...

Muy buen libro es abzurdah nunca pense qe alguien escribiera un libro asi tan bueno .. crei sentirme edintificada en algunas cosas como a los demas adolecentes .. Creo pensar que esta bueno buscar la solución antevtodo y no dejarse caer osea rendirse va eso creo yo y que por mas dificil sea la situción buscar una solución,es como buscarle la salida a un laberinto

princessx dijo...

Me encanta el libro todabia me faltan algunos capítulos pero muy entretenido con el libro...

Unknown dijo...

Juro que lo leo y me veo a mi y a tofa mi infancia me paso exactamente lo mismo