lunes, 10 de septiembre de 2007

14. La reina del universo

Estoy embarazada. Es julio de 2002 y estoy embarazada. ¿Qué hago? ¿A quién le digo? A nadie. No podés confiar en nadie, Cielo. Nadie te quiere lo suficiente como para entenderte. Solamente tenés a tu hija (sí, ya había decidido que sería mujer). ¡Por fin alguien que va a amarte sin condiciones! ¿Qué vas a hacer? Recordemos.

Egresé del colegio. Tuve una estúpida fiesta de egresados donde lo único que hice (literalmente) fue estar parada con el celular en la mano esperando una llamada de Alejandro que no iba a llegar jamás (aunque le dije que era mi fiesta de egresadas del colegio y aunque le recalqué que era importante que estuviese ahí). Decepción, eso sentí. Maldita fiesta: todas mis compañeras bailando y yo parada, sin entender demasiado qué estaba pasando. Ellas tomaban alcohol, yo miraba. Ellas saltaban y gritaban, yo miraba. Y no desde el resentimiento, sino desde el desconocimiento total, porque nunca entendí cómo alguien puede divertirse en un lugar así: lleno de humo y de gente sudorosa que baila sin parar y alcohol y mentiras y gente en busca de gente y el desorden y el tumulto. No, no es para mí. Quizás por eso no fui a Bariloche con todas mis compañeras, quizás por eso no tuve viaje de egresados ni fiesta de quince. No me gusta la gente y menos la gente acumulada en lugares cerrados. No, lo siento.
Por eso me gustaba Alejandro, porque él me entendía. Tampoco a él le gustaban esos lugares. Puedo quedarme despierta hasta las seis de la mañana, pero leyendo en casa o nadando en una pileta climatizada o en el cine o viendo una película en el home theatre; no bailando, con calor, con humo y con alcohol. No. Por eso me gustaba, por eso entre otras cosas. Y por eso también tendría que haber presupuesto que no iba a estar en mi fiesta. A las tres de la mañana me fui, después de un escándalo digno de una novela mexicana: las chicas del grupete me acusaban de haberme ido de la fiesta con el novio de Laura (la chica de la casa enorme). ¿Yo con ese espanto? No. ¿Y yo mirando al novio de una amiga? Menos. ¿Y yo pensando en otro hombre que no fuera Alejandro? Por dios. Nadie me conoce. ¡No! ¡Jamás!. Aclarado el asunto (no me fui con Claudio, le pedí a mi papá que me fuera a buscar a la fiesta) volví a mi casa casi llorando. ¿Cómo puede ser que no pueda disfrutar de una fiesta? ¿Por qué me siento tan fuera de lugar? ¿Por qué prefiero estar en mi casa? ¿Por qué? Porque albergaba muy adentro de mi estúpida cajita de las esperanzas que Alejandro fuera a esa estúpida fiesta donde yo estaba parada como una estúpida y vestida con un estúpido vestido. Por eso. Porque nunca lo que yo quiero se hace realidad, nunca. Porque mi imaginación siempre es má grandiosa y más potente y mucho más placentera que la realidad. Ojalá fuera autista, ojalá viviese adentro de mi mente. Quisiera dormir para siempre.

Había terminado el colegio. Mis padres me demandaban que comenzara una carrera universitaria. Nunca entendí eso: por qué a los diecisiete años tenés que decidir qué querés hacer con tu vida? Muchos de nosotros no lo sabemos. Y yo, a decir verdad, estaba completamente desorientada. A los diecisiete años no estás capacitado para decidir qué querés hacer con tu vida. Por supuesto que existen los casos especiales, como (no podía faltar en el relato) Rocío que supo desde que nació que quería ser administradora de empresas o economista o no sé qué pérdida de tiempo estudió, o mi prima que quiso desde antes de ser concebida, ser médico. Y claro, Rocío ya se recibió con honores y Déborah está haciendo una brillante carrera en medicina y con seguridad salvará muchas vidas mientras yo escribo incoherencias en una computadora personal. Y claro, también están los casos como el mío, que tenemos diecisiete años y no sabemos qué vamos a hacer con nuestras vidas, en el caso de que quisiéramos seguir viviendo.
Yo no sabía qué quería hacer, no sabía qué quería estudiar, porque no sabía si quería otra cosa además de estar con Alejandro. Esa era la única meta en mi vida: no tenía tiempo para pensar en otras cosas. Sinceramente, no tenía tiempo: la mayoría de los días estaba deprimida tirada en una cama, o esperando llamadas inexistentes o diagramando encuentros al mejor estilo storyboard, pensando en qué estaría haciendo con su novia, etc. No tenía tiempo y sin embargo mis padres querían que tuviera tiempo y tuve que encontrarlo.
Así que fui a hacerme un test vocacional a un centro de sarasa, donde por medio de tests psicológicos y vocacionales te ayudan a encontrar a tu verdadero yo y a tu vocación, claro. Es decir: cualquier cosa. Bullshit. Pero claro, Rocío había ido a ese centro (junto con sus dos hermanos) y mamá no podía dejar de pasar por ahí y consecuentemente yo tampoco podía dejar de hacerlo. Así que hice el maldito test y ¡oh, qué sorpresa! La licenciada Gavilán me dijo que “lo tuyo es la comunicación”. ¡Muchas gracias licenciada! Sinceramente me sacó de un aprieto, ahora me siento mucho más feliz. ¡No tenía idea de que lo mío fuera la comunicación! Nunca lo había pensando de esa manera. De hecho, planeaba el resto de mi vida como carpintera de la capilla sixtina haciéndole cruces de madera al Papa. Hay tantos chantas dando vueltas…

Centro de orientación integral dr. Pedro Sarasa
Las profesiones que me aconsejaron eran:

1 Ciencias Comunicación Social
o Periodismo
o Publicidad
2 Relaciones Internacionales
3 Comercialización
4 Diseño gráfico
5 Artes del teatro (Escenografía)
6 Teatro
7 Música

Además de todos estos descubrimientos reveladores, la licenciada me dijo que tenía un muy buen centro de percepción, que era muy intuitiva. Me dijo que me siento diferente y tengo que aprender a adaptarme a diferentes estilos (qué bueno es que a uno le digan lo que siente). Que soy hipersensible, que debo adaptarme a la vida y que tengo tendencia a angustiarme o a desilusionarme. Que me muestro solitaria pero siempre soy dominante en las relaciones: que tengo fortaleza, que controlo en el intento de proteger al otro y que debo evitar hacerlo. Ah, también descubrió que tengo tendencia a los celos (todas novedades). Dijo que genero competencia en mis pares, es decir, que mis pares sienten la competencia en mí y que son pocas las mujeres que pueden verme como “amiga” porque soy más un rival. Que mi vida está llena de lazos y rupturas profundas que sostengo con pasión y que las vivo con mucho dolor (“casi como un desgarro” dijo). Ah y que me comprometo demasiado antes de tiempo. También descubrió que tengo “humor bipolar” (altas y bajas en menos de tres segundos). “Sos perfeccionista, minuciosa y portas una actitud crítica donde no te permitis perder. Sos muy autoexigente, muy reservada e introvertida”. Como si no lo supiera de antemano.

Así que después de la revelación Divina de la licenciada Gavilán me anoté en la universidad católica argentina. Iba a estudiar periodismo, iba a ser Cielo, licenciada en comunicación periodística. No sonaba tan mal, pero en serio, no necesitaba que ninguna psicóloga me lo dijera.
Y ahí estaba, en pleno Puerto Madero, con un cuaderno de Barbie y una lapicera rosa con plumitas del mismo color en la punta. No sé por qué tuve esa necesidad de ahuecarme, supongo que por mis ganas de adaptarme al ambiente, tipo. Y tipo, entré en la UCA. Y nada, tipo, era super cool.
No era yo, pero iba a ser yo. Tenía que ser yo, debía amoldarme. ¿Por qué elegí una universidad que distaba sesenta kilómetros de mi casa? Justamente por eso: porque estaba lejos de mi casa y porque estaba cerca de Alejandro. ¿Más explicaciones? No creo que sean necesarias, todos entendemos bien mis porqués. Cuando alguien me preguntaba por qué no había elegido la universidad estatal de mi ciudad yo ponía el cassette que decía: “porque es estatal y está muy politizada; además quiero una universidad donde pueda expresarme libremente” ¡Qué ironía! ¡Fui a dar con la Católica Argentina! Alias Universidad de la Censura Argentina ¡Qué equivocada estaba! Pero quería estar en capital y ahí estaba. Como siempre, fiel a mis caprichos y necesidades. Supongo que la UCA nunca toleró una alumna como yo, supongo que fue eso. Eso o que no quisieron hacerse cargo de nada. Ya les explicaré a su debido tiempo.
Cuando Alejandro se enteró de que iba a capital todos los días, debo decir que nuestra relación cambió un poco. Empezamos a vernos más seguido (“nunca me vas a perder, gorda, nunca”). Aunque él seguía con Marina, nos veíamos regularmente. Una vez cada dos semanas o quizás más frecuentemente, según sus ganas (las de él, claro, porque nunca tuvo en cuenta mis necesidades). Él estaba instalado en su departamento de avellaneda, que quedaba a cinco minutos de mi universidad. Una bendición de Dios, o mejor: un muy buen plan mío. Felicitaciones a mí (no sé por qué la gente la agradece a Dios lo que se consiguió uno mismo con el propio esfuerzo).

Era la segunda semana de clases de la facultad y estaba muy a gusto: me estaban dando bastante para escribir, me estaban corrigiendo bastante también (cosa que no me gustaba) y estaba empezando a aprender que no era perfecta, que también podía ser un desastre escribiendo (siendo eso lo único que yo creía que hacía bien). Me llamó por teléfono, me preguntó a qué hora salía de la facultad. Le respondí que a la una y media. Me dijo que terminaba de trabajar a las cuatro y media de la tarde, que lo esperara en algún lugar para luego reunirnos. No puedo explicar ese momento, no es posible explicarlo. Después de muchísimos meses lo iba a volver a ver. Toda la estabilidad de cartón que había construido se estaba mojando y desmoronando. Era todo una enorme mentira, una farsa. Lo iba a volver a ver y me sentía más nerviosa que nunca.
Cuando terminaron las clases aquel día, llamé a mamá y le dije que me iba a quedar estudiando en lo de Pilar, mi compañera. Me dijo que estaba de acuerdo y que me mantuviera en contacto. Pilar tenía diecinueve años, dos más que yo y sin embargo éramos compañeras porque había repetido un año del colegio y al siguiente no se había decidido respecto de qué estudiar luego del colegio. Éramos bastante parecidas, Pilar era lo que yo quería ser pero no me animaba. Nos llevábamos muy bien, de hecho, el primer día de clases me quedé a dormir en lo de Pilar porque se había hecho muy de noche y no quería tomarme el micro hasta mi casa (viajar una hora de noche en buenos aires no es muy conveniente que digamos).
Esperar hasta las cuatro de la tarde fue un suplicio chino. A esa hora o poco después, recibí su llamada. Me dijo que me pasaba a buscar por nueve de julio e independencia (no tuvo la cortesía de pasarme a buscar por Caballito, pero yo ya estaba acostumbrada a sus desplantes). Así que me subí en el primer taxi que encontré, le agradecí a Pilar y me mordí las uñas hasta que llegué a la avenida. Ahí estaba: adentro de un golf gris. Me había avisado que había vendido el twingo colorado (“donde nos dimos nuestro primer beso” ¿hacía falta que me recordara ese tipo de cosas? Parece que lo hace a propósito). Entré en el auto y lo saludé fríamente con un “hola” y un beso en la mejilla derecha. Él me saludó igual (nunca le costó semejarse a un freezer). Entonces, mientras le contaba acerca de mi flamante vida universitaria, empecé a almacenar datos.
Primero: cómo ir a su casa. Recuerdo cada calle y cada cartel publicitario que pasamos (es la mejor manera de no perderse), dónde dobló, qué calle tomó, qué hay en cada esquina. Llegamos. Estacionó el auto después de abrir el portón con un aparato que tenía en el auto. Caminamos por el estacionamiento con el ruido de mis tacos rompiendo el silencio sobre el cemento. Llegamos al ascensor, entramos. Marcó el trece. En el ascensor se hizo un silencio molesto. Moría de ganas de besarlo, de tocarlo; pero los dos en nuestra obstinación nos mantuvimos distantes y compenetrados en la idea de nunca tocarnos.
Piso trece. Departamento 5: hizo girar las llaves en la cerradura y abrió la puerta, pasé sin invitación. Me senté en el “living” (un ambiente con una mesa, cuatro sillas, un escritorio con una computadora y un equipo de música). Se paró al lado mío y me ofreció un té; le dije que sí, que tomaría uno si él tomaba conmigo. Cuando volvió con los tés yo ya estaba más distendida. “¿A qué hora tenés que ir a la facultad?”- le pregunté, como haciéndole saber que no pensaba demorarme en su departamento. “Tendría que ir a las siete. Son las seis”. “¿Tendría que ir?”- repregunté. “Claro, en caso de que quieras que vaya”- respondió. “Por qué no voy a querer que vayas?” “Porque quizás no te quieras quedar sola en mi departamento esperándome”- replicó, con una sonrisa irónica en la cara. Prepotentemente asumió que iba a quedarme (estaba deseando que él quisiera que me quede, pero no iba a decir nada).
Seguimos charlando acerca de cualquier superfluo tema cuando me di cuenta de que eran las seis y media.
6 no vas a llegar a la facultad
7 ¿y si no quiero ir?
8 Tenés que ir
9 ¿Por qué?
10 Porque no podes faltar. Además, no te quiero retener.
11 ¿Estás segura?
12 …
13 ¿…?
14 Hacé como quieras, yo ya me voy de todos modos.
15 ¿Segura?
16 Claro, no tengo nada más que hacer acá. Vine para hablar un rato y ya hablamos lo que teníamos que hablar. Ya me puedo ir.

Con actitud dominante se levantó y se paró detrás de mí. Yo estaba casi temblando. Apoyó sus manos en mis hombros y me dijo algo como que tenía una lastimadura en la espalda. Me sacó una cascarita con la uña. Yo me dejé. Estaba temblando, ahora sin dudas. Empezó a hacerme masajes, me acarició la espalda, me dio un beso en el cuello. “No veo que te estés quejando” dijo, soberbio. Los besos y las caricias empezaron a ser más continuadas entonces decidí pararme y simular una despedida: “a tu novia le gustará esto que estás haciendo?”. “Me conformo con que te guste a vos” contestó. ¿Por qué siempre tiene las respuestas correctas?
17 muy bien, me voy.
18 ¿Segura de que te querés ir?
19 No
20 ¿Entonces por qué te vas?
21 Porque tenés que ir a la facultad…
22 Aha… (se iba acercando a mí)
23 Y porque no está bien…
24 Ahá… (ahora me estaba acariciando la espalda)
25 Y porque…
26 ¿Si? (ahora tenía su boca justo a medio centímetro de la mía)
27 …
28 ¿Te querés ir? Nos vamos si querés- dijo y se alejó de mí.

Claro que no me fui. No solamente no me fui sino que después de hacer el amor incansablemente la llamé a Mamá y le dije que me quedaba a dormir en lo de Pilar . No podía ser mejor que eso, yo no podía ser más feliz. Más tarde (no fue a clases) me instó a escribir una nota que tenía que hacer para la facultad mientras él cocinaba algo (“no quiero que empieces a descuidar la facultad por estar conmigo”). Cuando la terminé, comimos en la cama mientras miramos televisión.
Estaba ya entre dormida cuando las manos de Alejandro me despertaron acariciándome en todo el cuerpo, otra vez. Era la gloria para mí: nunca me había sentido tan bien en diecisiete años, nunca me había quedado a dormir con él. Aquello era la vida ideal, como en algún momento la había soñado, con una excepción: Alejandro tenía novia y lo que hoy compartía conmigo era eso: solamente hoy. O por lo menos ese fue el pensamiento que me hizo ruido en la cabeza todo el día siguiente.
Cuando nos levantamos por la mañana, se escuchaba a Cerati cantando Bocanada “tu voz en el mensaje me pide que te hable” (nota mental: comprar CD de Cerati). Otro de mis malos hábitos: comprarme cualquier CD que viera que Alejandro tenía (quiero escuchar lo que escuchas, tener la ropa que usas, comer lo que comes, amarte y conocerte en todo sentido). Me despertó envuelto en una toalla, mientras me acariciaba el pelo. “Vamos, levantate, es hora. ¿Qué querés desayunar? ¿Té o café? ¿Galletas dulces o tostadas?”. Era el Cielo, estaba en el Cielo. Era todo lo que había soñado. Era más que cualquier cosa que me hubiera podido imaginar. Era Alejandro haciéndome un desayuno, era yo despertándome en su cama, durmiendo abrazada a él, entre sus sábanas, en aquella misma cama donde había entregado mi virginidad, donde había dejado de ser una nena. Allí ahora yacía una mujer que se sentía amada. Allí estaba yo, reina del universo.
Después de desayunar (un té y dos galletitas de chocolate) subimos en el auto y manejó hasta puerto madero cantando entusiasmado Sting (nota mental: comprar CD de Sting & The Police). Él también estaba feliz, no era solamente yo (solo silba cuando está feliz).Esa mañana fue el comienzo de una nueva etapa con Alejandro, una creencia errada que nunca se iba a disolver en mi cabeza: la posibilidad de reconciliación estaba cerca. Muy cerca. Y yo, la reina del universo, bajé del auto con un beso desinteresado y le dije: “te amo. Gracias”. Supongo que entendió que le daba las gracias por haberme alcanzado a la facultad. En todo caso le estaba dando las gracias porque aquella noche me había hecho muy feliz. Por haberme hecho tan feliz, por haberme hecho el amor y el desayuno. Gracias. Te amo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Naa, Genial reencuentro.

too.much dijo...

Te juro que soy como vicio a este libro, esta mas que bueno..

Unknown dijo...

17 muy bien, me voy.
18 ¿Segura de que te querés ir?
19 No
20 ¿Entonces por qué te vas?
21 Porque tenés que ir a la facultad…
22 Aha… (se iba acercando a mí)
23 Y porque no está bien…
24 Ahá… (ahora me estaba acariciando la espalda)
25 Y porque…
26 ¿Si? (ahora tenía su boca justo a medio centímetro de la mía)
27 …

Guauuuu 😍😍 Me encanta esto me encanta este libro!!

Unknown dijo...

17 muy bien, me voy.
18 ¿Segura de que te querés ir?
19 No
20 ¿Entonces por qué te vas?
21 Porque tenés que ir a la facultad…
22 Aha… (se iba acercando a mí)
23 Y porque no está bien…
24 Ahá… (ahora me estaba acariciando la espalda)
25 Y porque…
26 ¿Si? (ahora tenía su boca justo a medio centímetro de la mía)
27 …

Guauuuu 😍😍 Me encanta esto me encanta este libro!!